sábado, 23 de febrero de 2008

Escepticismo frente al Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad y Escuelas

Quisiera contarles una experiencia ilustrativa que tuve con un paciente con Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH), subtipo inatento, al que vengo atendiendo junto a otros profesionales desde hace más de 8 meses, con muy buena respuesta terapéutica.
Este niño de 12 años hacía más de 5 años que venía intentando varios tratamientos médicos y psicológicos por mala adaptación social y bajo rendimento escolar, sin un diagnóstico certero y sin mejoría. Frente a la sospecha de TDAH, junto a otro profesional, llegamos al diagnóstico del desorden luego de varias consultas y de descartar otros diagnósticos diferenciales. Luego de algunos intentos llegamos a indicarle metilfenidato"Ritalina o Rubifen", un estimulante que mejora la atención, la impulsividad y la hiperactividad. La mejoría una vez llegada a la dosis adecuada fue asombrosa para sus padres, docentes y entorno social. El problema se presentó cuando fue a anotarse al colegio secundario y declaró estar bajo tratamiento farmacológico por Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad y se le negó la libreta sanitaria cuestionándose la existencia de la enfermedad. Argumentando que era una enfermedad que se había inventado para vender medicamentos peligrosos y ganar dinero los que la prescriben. Los padres les ofrecieron los teléfonos y demás datos de contacto para que se conecten con los profesionales que estamos tratando el caso, pero nunca se comunicaron. Sólo asustaron a los padres, le negaron la libreta, aumentaron el estigma de la enfermedad. Por suerte esa familia ya llevaban un tiempo de tratamiento y habíamos construído una relación de confianza con demostrada eficacia y seguridad del tratamiento como para no desconfiar y suspenderlo. La conclusión de esos padres fue "para qué se lo abremos declarado a los médicos de sanidad escolar y qué feo que hayan hablado mal de usted por intermedio de nosotros, sin comunicarse directamente". "La próxima vez no decimos nada, pero nos parecía que no era nada malo".
En conclusión aún no lo dejaron anotar en el colegio. La situación sería aún más grave si los docentes desconocen el TDAH, dado que el colegio es un lugar fundamental para ayudar a adaptar la condiciones a las necesidades particulares que pueda tener ese alumno, como se contempla en la Ley Federal de Educación.
Que los profesionales desconozcan la enfermedad y tomen juicios de valor extremos me recuerda a la atrocidades que se cometían en otra época con los pacientes epilépticos, leprosos o esquizofrénicos. Y la polaridad de la postura ante el TDAH es tan absoluta que no admite argumentos, ni información, tal como el fanático político o religioso.
Para cerrar, la desprolijidad en el manejo de la situación sólo ejemplifica las sombras que obstaculizan el acceso a un diagnóstico correcto y un tratamiento multidimensional eficaz sobre un trastorno adaptativo prevalente que afecta entre el 3 y el 7 % de los niños y adolescentes.